En casa nos encanta celebrar cosas. Aprovechamos todas las ocasiones para hacer un poco de fiesta: cumpleaños, santos, aniversarios, Navidad, Pascua, alguna fiesta de la Virgen como la Mercè o el Pilar, o en el caso de ayer: el día del padre 🙂
Así, siempre que podemos y tenemos «excusa», hacemos algún pequeño extra: ir al cine, o a comer fuera (aunque sea al McDonalds), hacer aperitivo en casa o en el parque, tomar un postre especial, o hacer un pequeño extra en la merienda. Son detallitos que hacen que ese día parezca (y sea) más especial y, por pequeños que sean, nos ayudan a estar de buen humor.
Es lo que siempre he vivido porque mis padres así me lo han enseñado. Vengo de una familia grande de 10 hermanos y siempre había algún día de celebración para cada uno o para todos a la vez. Creo que es una forma fantástica de crear buen ambiente en casa y muchas veces de sobrevivir a la rutina y los agobios del día a día. Puede que un día nos hayamos levantado con el pie izquierdo y tengamos en una mañana mil contratiempos, pero si llegamos a casa con la ilusión de que hoy habrá cocacola y pastel porque es fiesta, es más fácil olvidar las cosas que nos han ido mal y tomarnos la tarde con más energías.
Por eso, y por mucho que haya gente en contra de seguirle el juego a los grandes comercios como «El corte inglés» (que prácticamente nos obligan a comprar algo el día de San Valentín o el día del padre o de la madre), creo que vale la pena tomárselo con filosofía y aprovechar para convertirlo en una bonita tradición familiar y un día de fiesta para demostrarnos una vez más que nos queremos y nos valoramos unos a otros.
Os dejo con una foto del súper dibujo que le hizo mini-Ignasi a su padre para el día de ayer 😉